Serafín, un cazurro a mucha honra.

Aviso: Estas líneas que dedico a antiguos compañeros (Serafín ahora, el brigada G. antes…) están inspiradas por el recuerdo amable, el cariño y el aprecio. Espero muy sinceramente que nadie pueda sentirse ofendido por ellas, pero si así fuera, sirva este aviso como disculpa, pues en ningún momento pretendo zaherir o humillar a ninguno de los protagonistas de estas historietas. Pino.

Serafín, un cazurro a mucha honra, o la comprobación de que León debe su nombre a la Legio VII Gemina, y no al rey de la selva y sus cualidades saltadoras.

Serafín es uno de los muchos camaradas que recuerdo con cariño. Entramos en Viella en el mismo reemplazo, y compartimos camareta. Tanto él como yo mismo tuvimos que cambiar de uniforme varias veces en los primeros 6 meses, a consecuencia de la progresiva y acelerada pérdida de grasa y aumento de masa muscular. Este proceso fisiológico fue más evidente en el cuerpo del que suscribe, quizá por estar más predispuesto a la constitución atlética, pero sobre todo por la obligación que sentía de hacer todo mejor y ser el primero, por mi condición de voluntario. Este afán me proporcionó más de algún disgusto con algún veterano… pero eso es otra historia.

El caso es que Serafín era un tipo dicharachero, confianzudo y noble, que se vio arrebatado de su tierra leonesa para ser sometido en Viella a una actividad física a la que no estaba acostumbrado. En efecto, Serafín era cazurro,  de León, tan leonés como el alférez Alba, su jefe de sección. Y fue que Serafín hubo de afrontar su destino en Viella con el salto del león.  Recordaréis que para este ejercicio, se disponía un obstáculo a cierta altura del suelo -con frecuencia, los fusiles de los compañeros-, y este obstáculo tenía que ser superado con un salto semejante al de rodillo, debiendo ser rematado ya en el suelo, con una voltereta para terminar de pie, con el fusil en prevengan.

Serafín no podía. Se deslizaba por debajo de los fusiles. Los arrollaba. Los trepaba. Los esquivaba. Los saltaba a tijera. Los saltaba a pies juntos. Incluso los saltaba a lo fosbury.  Pero nada, del salto del león, nada.

-«Serafín, mira que eres cazurro» le espetaba Alba.

-«Cazuggo a mucha honga, mi alférez, y legionario de Viella, pero lo del león ese, no me sale» (se me olvidó mencionar que Serafín pronunciaba las erres a la francesa).

-«Serafín, por mis huevos que no te licencias sin aprender a saltar»

Serafín lo intentó con tesón y cazurrería leonesa, espoleada por los arrestos que veía se le venían encima. Hasta que un día, tras una extraña maniobra en el enésimo intento del ejercicio, se hizo daño. Ahí se acabó la experiencia saltadora para el buen cazurro.

-«Mi alférez, aggésteme, pero no salto. Como si me manda al cala, como si me manda al castillo, le digo que no salto y no salto».

-«Serafín caraja, que saltes, que te meto un puro que te enteras»

-«Nicaggaja ni caggajo, le digo que no salto, ea.

Y no saltó. Naturalmente, Alba hubo de darse por vencido y mirar para otro lado cada vez que su sección tenía que hacer el ejercicio… al final,  tomó auténtica simpatía y aprecio por su paisano. A partir de ese día, Serafín era un cazurro feliz.