El sueño de un bendito

Si habéis leído los artículos anteriores recogidos en esta sección de humor, ya conoceréis algo de las andanzas de nuestro esquiador leonés y cazurro a mucha honra. Terminaba la entrega anterior declarando que tras salir victorioso de su aventura saltadora, Serafín era un cazurro feliz. Y esta no es una afirmación subjetiva, pues como habréis de conocer, está demostrada empíricamente:

Antes de hacerse dueño de su destino, y aceptar que nunca, pasase lo que pasase, podría hacer el salto del león, Serafín era un flan, un manojo de nervios. Acechado por la amenaza de ser arrestado de por vida por no ser capaz de saltar cual felino, acongojado por las chanzas de los veteranos, apesadumbrado por la juerga de los conejos, Serafín era incapaz de conciliar un sueño estable y reparador. Cualquier rumor, cualquier voz fuera de tono, tenía la virtud de despertarle sobresaltado:

“Sí, mi alférez… a la orden, mi llaga, ya voy, ya salto cabrones, dejadme en paz…” Tal era el estado de sobresalto que impedía a nuestro amigo disfrutar del merecido descanso, hasta que llegó el feliz día en que decidió que en lo que a él concernía, el salto del león era cosa hecha, y así ardiese Roma, que él ya había decido desterrar el asunto de su lista de preocupaciones, en un alarde de la mejor filosofía oriental: Si tienes un problema, soluciónalo y no te preocupes, pero si no puedes solucionarlo, ¿por qué te preocupas? Empezó entonces el descanso para Serafín, y con él, llegó nuestro tormento.

A los pocos segundos de la última nota de trompa correspondiente a “silencio”, un rumor, soterrado al principio, creciente y arrollador después para convertirse en clamor, empezaba a llenar la nave de dormitorios: “Arrrrggggggggg… rrron, arrrrgggh rrron…. Arrrrgh gh gh gh … rrrron”.

Llegaba el cabo de cuartel, llegaban los veteranos con ganas de juerga, y estupefactos se miraban entre sí, para terminar inquiriendo a los insomnes a la fuerza: “-¿Conejo, qué es ese ruido? El cuitado en cuestión, se atrevía a responder: “Es Serafín, mi llaga. Es que ronca mucho.”

Vosotros sabéis también como yo mismo, que conejos y veteranos se unían en contadas ocasiones, a no ser por motivo de fuerza mayor. Y este era uno.

“Dadle la vuelta” decía uno. “Hay que chascarle, así; kchk kchk lchk, como a las acémilas, es lo que mi madre hace a mi padre, y funciona” clamaba otro. El más bruto, aseguraba: “Dadle dos soplamocos, veréis cómo espabila”. Todas las recetas fueron probadas… y todas con el mismo resultado, tras unos fugaces segundos de sobresalto y lucidez, sobrevenía el estupor del sueño, y mascullando maldiciones por lo bajinis, Serafín volvía a su plácido idilio con Morfeo: “Grrrrrrrrrrrrr aaaaaarrg rrrrron” cada vez con mayor brío.

Uno de los remedios que mayor esperanza nos infundió, fue embozar sus fauces abiertas al universo con sus propios calcetines. Pero esto demostró ser efectivo sólo durante los minutos en que la rebosante humanidad de nuestro leonés era capaz de subsistir sin oxígeno. Pasado este lapso, como catapultados por un géiser, los calcetines salían disparados de la boca de Serafín seguidos por un rugido aún más profundo y atronador: AAAAAArrrrrrrrggggggggrrroooongggggggggggggggg…arf arf arf.

La última noche que nos conjuramos para acabar con la maldición roncante, decidimos sacar a la bestia, colchón incluído, a la calle. ¡Qué felices nos la prometimos. Todo eran felicitaciones! Hasta que casi con lágrimas en los ojos, el cabo de cuartel llegó al dormitorio “¿Qué hacéis, mamones? me buscáis la ruina… Gregorio está al pasar, y como encuentre a Serafín en la calle, es seguro que me licencio en Figueras”

Con harto dolor de corazón, reintegramos al bendito a su cubículo.

Está demostrado que el cuerpo humano es capaz de someterse a condiciones extremas y terminar por acostumbrarse a ellas. Así pasó con los esquiadores del V del 82, que resignados –y agotados- terminaron por aceptar el rugido cazurro como parte del medioambiente, los grillos, la luz de emergencia, la llegada de la imaginaria cuatrera a las 6 de la mñana…

P.D. Serafín, querido amigo, si llegas a leer estas líneas, quiero que sepas que te perdonamos de corazón las horas insomnes. Tu humanidad puso cordura en momentos en que parecíamos ajenos al sentido común.

Pino.

3 comentarios en “El sueño de un bendito

  1. Buenísimo amigo Pino…

    Es una lástima que no te prodigues más…

    Seguro que a todos nos has hecho reír con tus anécdotas y queremos más…

    Indudablemente tu vena periodística se va imponiendo…, por suerte para nosotros…

    Un abrazo.

Deja un comentario